Hace unos días el Banco Mundial publicó el Women, business and the Law 2019, ranking mundial de países puntuados en base a las leyes que impiden la equidad de género y que constituyen una barrera para el desarrollo personal y económico de la mujer. El Perú se encuentra en un nada despreciable puesto 19, de un total de 131 país. Es decir, según el reporte, el marco normativo peruano sobre temas relacionados a la mujer es mejor que el de la gran mayoría de países evaluados.
Esto podría sorprender a más de uno, pero considerando las dimensiones evaluadas por el Banco Mundial, en el Perú las mujeres pueden: sacar su pasaporte y viajar sin permiso de un hombre; acceder a cualquier carrera y trabajo (o por lo menos que no haya una ley que lo limite); ser jefas de hogar; tener propiedades a su nombre; acceder a un crédito o emprender un negocio igual que un hombre, y las ampara leyes contra el acoso sexual en el trabajo y la violencia doméstica. Todos ellos derechos que, sorprendentemente, no están garantizados en todos los países de mundo en el 2019.
A pesar de que la normativa parece ir por el camino correcto, la realidad nos muestra que aún existen grandes brechas entre los hombres y las mujeres en el país. ¿Dónde están las principales diferencias?
Contra lo que podría pensarse, la educación es uno de los campos donde la brecha se ha acortado más en los últimos años. Actualmente no existen diferencias entre hombres y mujeres en la tasa de matrícula de educación primaria, ni en la tasa de asistencia de educación secundaria. Incluso en el porcentaje de personas con estudios superiores completos, las diferencias han disminuido en los últimos años de acuerdo con las cifras oficiales.
Sin embargo, a pesar de que el acceso a educación ha mejorado, las brechas de empleo –en cantidad y calidad– entre hombres y mujeres siguen siendo significativas: hay una mayor incidencia de desempleo en la mujer, mayor porcentaje de trabajadoras informales, mayor número de mujeres que no cuentan con ingresos propios, y menos horas promedio dedicadas a un empleo remunerado en comparación a los hombres, de acuerdo con los últimos reportes de la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho).
Si bien no hay leyes que impidan el acceso al trabajo o que limiten la participación femenina, la realidad en el 2019 es que el acceso al trabajo es todavía más precario, informal y reducido para las mujeres que los hombres. Una de las razones de esto puede deberse a que la mujer sigue siendo la principal responsable del hogar y el cuidado de la familia. De acuerdo con el último informe mundial de la OIT sobre el tema, una de cada cinco mujeres realiza un trabajo de cuidados no remunerados a tiempo completo, mientras que para los hombres esto solo sucede en 1 de cada 50. En la misma línea, las madres con niños pequeños tienen menos probabilidad de ocupar un cargo directivo, mientras que los hombres en la misma condición son los que tienen mayor probabilidad.
Y esto tiene una conexión con estereotipos de roles que cargamos desde la niñez. De acuerdo con el último estudio de opinión de Ipsos Perú realizado en febrero, aproximadamente la mitad de la población todavía considera, en alguna medida, que es principalmente la tarea del hombre ser el soporte económico del hogar y que una mujer necesita ser madre para realizarse en la vida; estas creencias limitan el acceso de la mujer al trabajo y a la vida pública. Al mismo tiempo, limitan la participación del hombre en la vida privada del hogar y el cuidado de los hijos.
Los estereotipos más fuertes están centrados en la formación de los primeros años de la persona: dos tercios de la población a nivel nacional se encuentra de acuerdo –en alguna medida– con que los niños hombres no deberían jugar con muñecas y, que el color rosado es un color para las mujeres. Esto podría parecer inofensivo, pero no lo es. Lo que se expresa con estos prejuicios es que, ya desde la primera infancia, ponemos barreras a los niños y niñas sobre sus potencialidades, el manejo de sus emociones, sus responsabilidades, y, a fin de cuentas, sobre la función que deben tener cuando sean adultos y tengan una familia propia, elegir una profesión, etc.
Es en este plano subjetivo de creencias donde más trabajo hay por hacer. Pedir leyes con mayores sanciones frente al acoso o frente a la violencia es importante pero no van a resolver los temas de fondo. Esperamos que el cierre de brechas en la educación tenga un impacto positivo en este proceso, pero esto siempre va a estar supeditado a los contenidos educativos orientados a este camino. He ahí la importancia de un currículo escolar con enfoque de género.
(Ilustración: Noticias Universia)